Iba por Altai y subí a un
taxi en Pino Suárez e Hidalgo y le dije al chofer que me llevara para La
Colonia Los Pinceles, de Apodaca, Nuevo León; contestó que no conocía el sitio
y le señalé que era por el rumbo de Las Margaritas, frente a Soriana, Valle Soleado;
como de todas formas pareció dudar añadí: Es la Soriana que salió ayer en las
noticias, donde hubo una balacera antier con varios muertos, incluida una
señora que viajaba en un camión de transporte de personal. ¡Ah, donde mataron a
la chiva!, añadió, ya se, ya me ubiqué, contestó seguro.
Le comenté que en las noticias decían que fueron
dos convoyes de camionetas con gente armada, en las cajas de las mismas,
disparando en el estacionamiento y las inmediaciones; y que según esto, se
trataba de grupos del Chapo Guzmán y del Cartél del Golfo contra los Zetas. El
contestó que eso no era cierto, que no eran del Golfo ni de Sinaloa sino que
era un ajuste de la letra contra bajadores, gente que desde hacía mucho tiempo
trabajaba en forma independiente; dio santo y seña con nombres y otros datos. Hablaba
con seguridad y certeza, de conocedor. Añadió que el narco, antes que nada era
un negocio, y que si había ahora muchos muertos era porque el negocio había
crecido mucho: a esa gente no le gusta la violencia de por sí, porque afecta el
negocio. Sólo matan cuando ven afectado directamente su negocio o cuando ven
afectada directamente su seguridad.
Se dio cuenta de que mis gestos y pensamientos eran
de “Este como sabe eso” y se sinceró, narró que era ex agente de la
desaparecida Policía Judicial Federal y que, aunque hacía más de diez años ya
no trabajaba en ese medio, conocía mucho de narcos, contrabandos, policías y
pistoleros. Además, añadió, me case con una Tamaulipeca (no recuerdo si de
Matamoros o Padilla) cuya familia siempre anduvo metida o emparentada con los
narcos tradicionales de Tamaulipas.
Entonces, aproveché lo que restaba del viaje para
preguntarle cosas que me habían platicado o que había escuchado en los corridos
y el me contestaba lo que sabía de primera mano o le habían contado. Había trabajado
en muchas plazas del norte de México. Al tiempo de que se sorprendió de lo que
le preguntaba le dije que lo había leído o escuchado en las canciones y le
citaba algún fragmento de corrido relacionado; lo cual pareció convencerlo.
Lo que más recuerdo de ese
viaje fue algo que me contó para ilustrar como el narco era, antes que nada, un
negocio. Una vez llegó con su unidad de federales, a una ciudad importante del
norte de México y, en el trayecto del aeropuerto a la comandancia, se toparon
con un grupo que les quiso bloquear el paso y les abrió fuego; contó que el
enfrentamiento estuvo fuerte y hubo varios muertos de ambos lados. En ese
combate cayó el hijo del jefe de la plaza de la región. No recuerdo si un
vástago de los Arellano Félix o de Amado Carrillo Fuentes. Así las cosas, los
judiciales federales se presentaron hasta el día siguiente en la comandancia,
allí los estaban esperando el papá y un tío del muerto y los mandos regionales
de la Policía Judicial Federal. El padre del muerto pidió que les separaran a
los nuevos, recién llegados un día antes, y se sentaron en una mesa, les dio la
mano y se presentó, añadiendo: “Ustedes ayer mataron a un hijo mío pero fue en
un enfrentamiento limpio, parejo, se toparon y ellos no sabían quienes eran
ustedes y que llegarían en avión; ustedes tampoco sabían quiénes eran ellos,
porque apenas se iban a presentar con sus jefes y con nosotros. Todo fue una
confusión y un error. A partir de ahora –y levantó su mano derecha señalando su
reloj- el tiempo está detenido entre nuestra familia y ustedes. No va a haber
venganza de sangre entre nosotros. Nada más que ya saben que aquí controlamos
todo, no se metan con el negocio y nuestra gente y no va a pasar nada.
Nosotros sabemos muy bien
que en el Norte de México hay venganzas de sangre, no sólo porque lo hayamos
leído o lo hayamos escuchado, nuestros primos y tíos del ejido Cerro Prieto las
han vivido en carne propia, y en Terán se contaban varias historias al
respecto. Pero nunca habíamos escuchado que se utilizará el término coloquialmente;
sólo lo habíamos leído respecto a las venganzas de sangre albanesas, que
refiere Ismail Kadaré en sus libros. Una vez, de hecho, me pidieron una opinión
respecto a una venganza de sangre, se trataba de primos de mi papá, nativos de
China Nuevo León, a los que les habían matado el papá y un hermano; durante
mucho tiempo los tíos de China rastrearon y buscaron al papá del clan contrario
para matarlo. Tendría yo alrededor de diez años cuando mi papá me contó toda la
historia de esas rencillas viejas, finalizando con el dato de que se había enterado
sin querer, donde trabajaba de velador el señor que había matado al padre de
sus primos, se trataba de un anciano viviendo sus últimos días en un punto
olvidado del área metropolitana de Monterrey; me preguntó qué pensaba yo que
debía de hacer porque se sentía comprometido con sus primos de China, ellos
siempre lo trataron bien cuando vivía en Reynosa y pues eran familia. Yo le
dije lo que pensaba, palabras más palabras menos, que las muertes por las que
querían matar al viejito ese, sucedieron hace muchos años, que no ganarían nada
ni revivirían a sus muertos asesinándolo; añadí que, además, nadie de sus
primos de China sabría nada del paradero del viejito si él no les decía nada. Ya
no supe si mi papá les avisó a sus parientes donde vivía el señor, nunca le
pregunté y el nunca volvió a tocar el tema. Hasta la fecha, no se si esa
venganza de sangre se ejecutó o se detuvo en aquella ocasión.