La gente volvió a salir en las noches para hacer fiesta escuchando música a todo volumen, práctica que se había abandonado desde hace casi dos años, sobre todo después de las matanzas en el casino
Royale y en el salón de baile el Sabino Gordo. La guerra no se ha acabado, nadamás se desplazó a otros territorios pero la gente empieza a abandonar el autoencierro y el silencio; la extensión y dispersión del espacio norteño permite que se libren guerras por años y décadas que -en otras latitudes- serían un catálogo de crímenes contra la humanidad. Los cien mil muertos y desaparecidos del sexenio calderonista se van a tener que acostumbrar a que la vida y la fiesta siguen. Igual sus deudos.
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