Sólo quisiera que el día que yo me muera
me sepultaran en tierra de Nuevo León
Monterrey lindo quiero enviarte este suspiro
En mi delirio en tu suelo siempre estoy
Le pido al cielo a mi tierra volver con vida
Y me despidan con música hasta el panteón
-El preso de Nuevo León, Invasores de Allá Mismo-
Pedro José Cuerno Verde o Juan José Lumbre fue un
caudillo chichimeca que peleó en la
sierra Madre Oriental con sus
guerrillas de resistencia étnica formadas por indios Trueno, Cuervo, Pequeño, Piedra
y otras tribus chichimecas olvidadas o no conocidas ni nombradas.
Después de años a salto de mata lo bajaron a la villa de
Hualahuises con mediación del misionero y unos primos sedentarizados. Le
ofrecieron diálogos de paz pero ya en ese pueblo de las estribaciones le jugaron
traición y fue hecho prisionero con otros cuatro o cinco caudillos indígenas.
Les tenían bien preparado el cuadro porque los entregaron a una compañía
militar de élite septentrional (la compañía de dragones del presidio de la
Punta de Lampazos) para que los trasladaran de Hualahuises a Monterrey y de
Monterrey a la ciudad de México.
Ya cautivos y en tránsito por las islas sedentarias
que se iban poblando en los mares del norte, fue rápido el paso de los
guerreros nómadas, al otro mundo. Para cuando llegaron a la capital de
Virreynato de la Nueva España iban graves de la enfermedad de tierra afuera que
los cronistas refieren como “mal meco” o “mal del indio”. Dolencia casi siempre
mortal que aquejaba a los tribeños nativos del norte cuando eran desterrados de
sus paisajes sonoros rituales.
El “mal del indio” era algo desconcertante para los
escribas coloniales porque nacidos y crecidos en un mundo sedentario no podían
entender que, para los habitantes primitivos del norte -como de muchas otras
regiones de la Tierra- el territorio es una extensión de los orígenes y de la
existencia personal. Para el nómada lo que nosotros concebimos como territorio es
parte del origen del mundo, historia sagrada, cuerpo e identidad; también, familia,
clan, tribu y canción. Exhiliar a un nómada del terruño nativo equivale a una
herida mortal invisible, a la extracción del aliento vital que luego se
convierte en falta de apetito, ensimismamiento, tristeza, alguna enfermedad terminal
y la muerte.
Por eso, cautivos como Pedro José y sus compañeros,
eran sentenciados a muerte desde el momento mismo en que salían del solar
nativo y el espacio vivido, recorrido. Eran mutilados poco a poco, física y
espiritualmente, conforme se alejaban de sus valles, de sus llanuras, de sus
cañones, de sus montañas, de sus ríos y arroyos, de sus árboles, de sus cerros,
de sus piedras. Enfrentaban la muerte en un espacio extranjero con el cuerpo
repartido.